LA MUERTE VIENE POR TI ¿CÓMO LA ESTÁS ESPERANDO?

Por Scott Wolf

A la luz del día que se va apagando os escribo, temibles guerreros, estas palabras rudas y melancólicas. Para muchos, nada es tan aterrador como la muerte, y como machos que somos, se espera que nuestra reacción ante ella sea lo más viril posible, pero por rudos que seamos, también tenemos emociones, al fin y al cabo somos humanos.

Mi primer contacto con La Parca fue ver morir a mi mejor amigo en un accidente. Sostuve su cuerpo mientras expiraba, aún lo aguanté ya frío en medio de la solitaria carretera hasta que llegó el socorro. En su velatorio yo no podía llorar y me avergonzaba de ello. Había compartido cuatro años de mi vida junto a él, tuvimos experiencias, conversaciones y momentos únicos que nos marcaron para siempre, y no podía expresar mi dolor porque no quería mostrar «debilidad» al mundo. Mi abuelo, hombre de campo, guerrero de sequías y tempestades, raíz de 4 vástagos, puso su mano en mi hombro y me dijo de forma tal que sólo yo lo oyera: «Los hombres lloramos en silencio, donde nadie nos ve porque nuestros sentimientos son tan fuertes que rompen nuestra fortaleza. Llora por dentro si lo deseas; pero no te quedes con ello o te ahogarás.» Y tenía razón.

Perder a un compatriota de batallas hace que todo cambie de repente, el día más soleado da paso a la más feroz tormenta. No se llora por la persona que se fue, esta descansa en paz de los afanes terrenales, lo hacemos por nosotros mismos pues su partida arrebata un pilar de nuestras vidas, perdemos a alguien que siempre estaba ahí. Sufrimos porque creemos que pudimos haberle dado más amor o atención y nos atormenta el vacío emocional, el recordar la complicidad de la risa, el guiño afectuoso, la fortaleza de un apretón de manos, la emoción de un abrazo viril, la tranquilidad de una palmada en la espalda o en la nuca. Pero el dolor es un maestro necesario.

Rudos, morir es tan natural como nacer y parte de la vida es afrontar la muerte, afrontarla con la certeza de haber vivido dignamente. La vida es simple y el ser humano la complica. Siglos atrás lo expresó el célebre rey Salomón, «Dios hizo perfecto al hombre, pero éste se ha complicado la vida» (Ecl. 7:29)

Hay diferentes maneras de afrontar la pérdida. Llorar, sin aspavientos ni chillidos, solamente ese llanto callado, áspero y respetado, sinónimo de un inmenso dolor. Gritar, soltando toda la impotencia tal como el eco retumba en la montaña. O estar en silencio, rememorando los momentos pasados hasta que el abandono físico sea inalterable. Quizás seas de aquellos que se reúnen mientras destilan anécdotas sintiendo la presencia amada invisible. O quedarse fijamente mirando el cadáver o una foto mientras intentas decirle algo al que se fue, quizá aquello que nunca le dijiste. O tal vez seas de los que recurre al saco de boxeo, las pesas, o los motores para desfogar el sufrimiento.

Nadie muere mientras se le recuerde. Sería una afrenta a la memoria del que partió, hundirte en hábitos autodestructivos, abandonarte en las garras de la depresión o culpar a otros. A todos nos llega la hora, así que consuélate sabiendo que disfrutaste de su presencia, que compartiste instantes en el tiempo cuyo recuerdo atesorarás hasta que también tus ojos se cierren por última vez. Sí te arrepientes por como actuaste o cosas que dijiste; afróntalo, ya todo pasó y a la larga te trajo enseñanzas.

Sigue adelante, haz las mismas cosas que hacían juntos. Su presencia sutil será un motor impulsor de adrenalina y motivación única. Cuida de lo suyo, es un honor que trae satisfacción personal. No sufras por lo que pasó, sonríe porque sucedió, porque tuviste impacto en su vida, porque juntos crecieron como personas en todo sentido. No olvides ser exactamente la persona que conoció, y si vas a cambiar hazlo porque dentro de ti sabes que lo necesitas para honrar su memoria.

Dijo el gran Octavio Paz:

“Sí, somos mortales, somos hijos del tiempo y nadie se salva de la muerte. No sólo sabemos que vamos a morir, sino que la persona que amamos también morirá. Somos juguetes del tiempo y sus accidentes: la enfermedad y la vejez, que desfiguran al cuerpo y extravían al alma.

Pero el amor es una de las respuestas que el hombre ha inventado para mirar de frente a la muerte. Por el amor le robamos al tiempo unas cuantas horas que transformamos a veces en paraíso y otras en infierno. De ambas maneras el tiempo se distiende y deja de ser una medida.”

Rudos colegas, el amor basta para calmar el dolor de la pérdida porque es único. Inspirarlo, sentirlo, nos hace únicos e universales. Es quien calma la ansiedad, llena el vacío, sofoca la angustia. Un Macho reacciona a la muerte con Amor Viril, sin perder la esencia de la heterosexualidad primitiva, siendo ejemplo y guía a los que le rodean mientras lo ilumina la enseñanza del ser querido desde la raíz del corazón. Cuando mueras serás recordado por como viviste, escoge hacerlo a plenitud ya que esos recuerdos imborrables son el único tesoro que tú y los demás tendrán para siempre.

¡Salud!